Liston alpaca

La voz de la Piedra

Julio Gálvez es uno de los maestros de la escultura más reconocidos en el ámbito internacional. Nos recibe en su taller, en Santa Ana, el tradicional barrio ayacuchano de artistas y artesanos, para contarnos un relato de alabastro de Huamanga y perseverancia.

Fotos: Jesús Raymundo

“La piedra me dice en lo que se quiere convertir, yo no la fuerzo ni la obligo. Me guía en sus formas y sus texturas, yo no decido nada. A veces quiere ser una mujer ayacuchana, a veces quiere ser un retablo. En otras ocasiones quiere ser un mensaje de paz para mi ciudad, mi país o mi universo”, filosofa en voz alta el maestro.

Al llegar al taller de Julio Gálvez Ramos, en el distrito de Santa Ana, que reúne a los maestros de las artes de la ciudad de Ayacucho, un par de cosas sorprenden: la cantidad de personajes creados con la piedra de Huamanga que parecen observarnos desde estantes y repisas. Y el yeso que cubre parte del brazo derecho del artista, el cual no le impide golpear la dura sustancia con la que arma sus trabajos.

“Me lesioné cargando un bloque de piedra de Huamanga de más kilos de lo que pensaba y me recomendaron descansar una semana. Me duele al momento de hacer fuerza, pero me duele más no trabajar”, cuenta el maestro Gálvez.

Su vida, a primera vista, parece la de un artesano más. Pero el año 2000 recibió la distinción de Gran Maestro de la Artesanía Peruana y en el 2008 fue distinguido como Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana por el Instituto Nacional de Cultura. Pero esos detalles son relativos al momento de ensuciarse las manos a diario.

Origen y recompensa

“Cuando fui a Lima, todos me saludaban con un respeto exagerado y me hacían ceremonias. Me decían ‘maestro’ y ‘amauta’, pero al volver a Ayacucho seguía siendo el mismo vecino que se levantaba temprano para inspirarse con las herramientas y el alabastro andino. Ser uno de los primeros participantes en la feria Ruraq Maki no me cambió, que en el extranjero me conozcan más que en mi propio país tampoco. Los reconocimientos son pasajeros, pero el trabajo es eterno”.

El trabajo con los pedernales es eterno y lo descubrió a los 8 años. Casi por obligación, diseñó su primera figura y hasta hoy sigue moldeando. Con más experiencia, pero con el mismo vigor de la juventud, resume.

“Mi vecino era Silvestre Quispe, otro reconocido maestro de la piedra de Huamanga. Iba a su taller a pedirle que me enseñara lo básico y él siempre fue amable”.

Con paciencia, Quispe enseñó algunos secretos a un niño bastante descoordinado en aquel entonces. “Con el tiempo lo dejé y mi madrecita un día me dijo que trabajara con lo que había aprendido, además de gritarme ‘flojo’ y otras cosas más que no te contaré por vergüenza. Con un cuchillo de cocina hice la figura de una mujer que vendí a unos centavos, que luego mi mamita usó para comprar pan. Desde entonces no me detengo”.

Se acomoda el yeso. Es hora de ponerle una pausa al golpeteo con el cincel para mostrarme algunos de sus trabajos. Rostros, gestos y miradas aparecen por delante, hechas con piedra de Huamanga.

Legado e inspiración

Al maestro Gálvez un trabajo le puede tomar desde media hora hasta tres meses. “Estará listo cuando esté listo” es una frase que se ha vuelto su eslogan característico. La repite a los jóvenes que van a su taller en busca de consejos y recomendaciones. Se la ha dicho también a sus hijos, interesados en mantener este estilo de vida.

“He sido profesor de personas de todas las edades. Vienen de los colegios de la zona para que enseñe a los niños, viajan jóvenes artistas de todo el país para que revise sus trabajos y les de alguna idea para mejorar. Mis propios hijos, que se fueron a Lima para volverse profesores y economistas, saben sobre la piedra de Huamanga. Ese es mi legado, ese es mi futuro. Yo he vendido trabajos a museos de Japón y Francia, pero lo que sobrevivirá son las palabras que compartí. Las almas que me escucharon y se iluminaron, de alguna forma, aunque sea algo mínimo”.

Entonces, los turistas llegan al taller. Una larga cola de personas con cámaras en mano circula alrededor del espacio y se asombra con las blancas creaciones de Gálvez. Él se vuelve a acomodar el yeso y se prepara para enfrentarse a la multitud. Ya tiene la costumbre.

Pide que todos hagan un círculo a su alrededor, coge un pedazo de piedra de Huamanga que cabe en una mano y la levanta.

“Voy a contarles una historia que comenzó cuando yo tenía 8 años…”

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